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Ser padre abre los ojos como pocas cosas en la vida, sobre todo los abre en la madrugada...

viernes, 14 de abril de 2017


De burlas hoy y hace más de dos mil años.


El Viernes Santo es siempre un día complicado, Via Crucis por la mañana con el sol a plomo, una tarde recatada, la adoración de la Cruz por la tarde. Un templo desnudo, sin un solo adorno, con la muerte de Cristo presente. No es fácil adentrarse en ese misterio, pero escuchar la narración de su pasión y muerte no requiere mucho para que cale. Cala sobre todo por saberme responsable de ese sufrimiento, que mi pecado fue como una espina en esa corona, como un latigazo en su espalda, como una burla más durante su pasión. Y aún así es mucho más lo que no veo, lo que no entiendo de todo este misterio, pero sin duda es un día que no tiene como marca, ni la felicidad ni la vacación. Es un día de luto para muchos, me incluyo. 

Dicho esto, me duele encontrar tanta gente que encuentra un torcido placer en utilizar esta fecha para burlarse desde una aparente superioridad intelectual, un ateísmo, una libertad de la mente, libre de misterios. No sé qué mueve a un corazón que niega a Cristo en esa cruz como algo relevante a hablar del tema en los días que para los creyentes son, de hecho, los más importantes. No sé si les mueve una miseria psicológica o si les mueve una necesidad de protagonismo o una crueldad enferma. Hablan tanto, no quieren quedarse fuera. Pero lo que me entristece es que, creyentes o no, fallan en encontrar empatía en aquellas personas cercanas a ellos que viven un duelo real, un duelo por la muerte de a quien llamamos Hijo de Dios, por causa nuestra y para nuestra salvación. Carecen de la más mínima empatía para con alguien que busca adentrarse a un misterio que le llevará a conocerse mejor y tal vez, a liberarse de su pecado, cualquiera que éste sea y aunque a veces, con una gradualidad que le hace imperceptible para los demás. 

 Lo que sí sé es que cuando yo, fuera de estas fechas, fallo en llevar el Evangelio, fallo en ser mejor con los demás, soy uno más de esos que públicamente se burlan de Jesús y de su Iglesia. Soy uno más de los que, incapaces de tener una sana relación de respeto por los demás, distraigo a otros con tal de satisfacer el egoísmo que alimenta mi pecado. 

No somos tan distintos, pues, aquellos que dicen no creer en nada pero atacan y se burlan y nosotros, los que caemos una y otra vez en apatías, en prejuicios, en soberbias y demás pecados cotidianos, no somos tan distintos, nos une casi por igual nuestro egoísmo que se suma de la peor manera para ser la fuerza que clavó al Hijo de Dios a una cruz hace más de dos mil años. Solo espero poder vivir lo suficiente para arrepentirme, para lograr un momento de sincera gratitud a ese gesto, algo que sea digno del valor que Dios le ha dado a mi ser, algo que dé fruto en este mundo que pareciera más y más ajeno al dolor de un amigo que sufre por la muerte de su más grande amor. 

miércoles, 8 de marzo de 2017

Los argumentos de un niño



Al día creo que digo al menos dos estupideces. Ayudan mucho los días que no convivo con nadie y que solo mi esposa escucha lo que digo y lo entiende como mis chistes malos. Pero no pasa día sin que diga alguna tontería. Ni se diga lo que pienso. Pero pasa que así como cuando uno maneja, por más diestro que uno sea, basta una distracción para tener un accidente, así también con algunas estupideces que digo, resultan de no pensar lo que digo ni poner atención, dejándome en un ridículo para recordar. Así me pasó hace tiempo con mi más cercano grupo de amigos, lo que lo hizo peor, al tratar de defender la accesibilidad de la tecnología para ir a la luna y retraer, por medio de un nada complicado artefacto, alguna roca lunar. En fin… todo a raíz de no pensar y solo extraer de mi memoria, porque estaba bajo la etiqueta de “cosas que (creo que) sé de la luna” y el tema abrió ese archivo para pronunciar sin el mínimo reparo en el sentido común la tontería de que “ hace más de 25 años ya era posible comprar un cohete con un robot y mandarlo a la luna desde tu jardín para que de regreso te trajera una muestra del suelo lunar”. Sí, eso lo dije convencido de que era un buen argumento para una absurda conversación sobre que la ida a la luna era, en realidad, una mentira elaborada con x o y finalidad. Tonta conversación que al menos logré matar con mi aún más tonto comentario. En mi defensa, tenía sin repasar esa idea probablemente 25 años, la escuché de alguna persona que, ahora bien sé, me quiso vender una piña y se divirtió con mi ingenuidad, que en ese tiempo no era un defecto sino característica propia de un mocoso de alrededor de 10 años. Pero al decirla (aunque me di cuenta apenas la terminé de pronunciar que era una estupidez) se convierte esa ingenuidad, ahora, en un merecido motivo de burla. 

Y seguro que si supiera quien me dijo eso en ese momento habría querido maldecirle y degradarlo de mi ranking personal hasta dejarlo como persona non grata junto con todo lo que me hubiese enseñado. Lo bueno es que no recuerdo mucho de ese entonces. Lo cierto es que esa reacción es bastante natural y aunque de quien estaba rodeado al momento de decir mi tontería es gente que tiene la más profunda capacidad de hacer burla, es gente que quiero y me quiere, así que uno acepta que esa burla jamás ser irá. Pero ahora, un tiempo después, me cae el veinte de lo que una experiencia como esta representa para muchos de nosotros en otros contextos. Es un poco como el ejemplo que le escuché a un obispo decir cuando se le preguntó de cómo se le debe contestar a un niño cuando hace una pregunta cuya respuesta seguro no entenderá, un ejemplo sería es la duda de ¿a dónde va el sol por las noches? Duda nada extravagante para un pequeño que aún no aprende a sumar. Y una respuesta válida es decirle que el sol también se va a dormir o que se va con otros niños para que puedan jugar también. No es la explicación científica que uno (espero) ya conoce, pero es algo que al niño en esa etapa tan temprana de su vida, puede satisfacer. Negligente sería dejar la enseñanza en eso en la medida que crece el niño, más adelante sería explicar que el sol no duerme ni va a ningún lado por la noche, que el planeta da vueltas y en un punto está el sol y en otro la noche y así cada vez más acercarle al conocimiento de la verdad. Pero no volver nunca a tocar el tema y dejarlo a que lo aprenda en nuestro sistema educativo actual sería impudente y seguramente se le pondría en una situación como la narrada al principio. Imaginen a un adolescente en medio de su etapa más insegura rodeado de iguales diciendo eso como respuesta a algo en clase, que el sol se va a dormir por las noches… Dos cosas van a pasar, nadie le perdonará la burla y siendo una etapa vulnerable, su sentimiento de inseguridad se acentuará y buscará un culpable, dañando así la imagen del que dijo eso y él lo dio por verdad dada la fuente, la mayor autoridad en su vida, su padre. Pocos pretextos necesita un adolescente para enemistarse con sus padres y seguro éste empataría perfectamente con la posible consecuencia de romper la relación con el padre dada la constante burla a la que será sometido. 
Ciertamente pinto el peor escenario pero es solo para poder llegar al punto de esta entrada. Porque ni dejamos de ser vulnerables en esta vida, ni nos damos a la tarea de revisar todo aquello que damos por hecho todo el tiempo en toda área de nuestra vida. 
Y eso me lleva al punto, de manera cada vez más sonora por la naturaleza de las redes sociales, leo gente que deja de lado la fe para unirse a una nueva ola de ateos que más bien suenan a antireligiosos y de manera más específica, una ola de anti Iglesia Católica al adoptar “argumentos” de gente que se burla de la religión y le dan los foros más sonoros. Cómicos, presentadores de televisión, actores e incluso los científicos de moda se vuelven en abanderados de los nuevos ateos y su herramienta es la de ridiculizar las creencias miles de millones de personas de la manera más abusiva posible para atacar precisamente ese punto vulnerable del cual nunca nos terminamos de librar, como el adolescente en el ejemplo. Y entonces nos confrontan con ideas que refutan, de manera demasiado simple, nuestros fundamentos de fe llamándonos tontos en el proceso y apuntando los reflectores hacia nosotros sentimos como si millones de personas detrás de su computadora se burlaran al aplaudir al abanderado en turno. Y resulta cierto, nos dejan desnudos con la caricatura de nuestra fe y nosotros sin posibilidad de defenderla, pues lo único que aprendimos, descubrimos, lo aprendimos de pequeños, durante unos cuantos sábados como condición para recibir los sacramentos y tener una fiesta donde nos daría muchos regalos. Un niño sin argumentos nada puede hacer contra la burla de un hombre de 50 años que vive de dar conferencias donde se burla de tu fe. Por cierto, sus argumentos solo tienen éxito contra los de un niño. Pero, por fuerza del mimetismo, nos vemos cambiando de bando en el silencio y sumando nuestra risa a la burla generalizada y adoptando dichos argumentos tontos (oh la ironía). 

Tenemos mucha culpa los que seguimos dentro de la Iglesia pues olvidamos que la fe llama a crecer en todo aspecto del ser humano, la razón incluida pero no lo promovemos ni lo buscamos. La fe abraza e impulsa el avance científico tanto como el filosófico en su búsqueda de la verdad. Como lo hace con el arte que busca la belleza y transmitir la verdad intrínseca a través de ella. Pero es difícil dar ese paso para una generación que creció en esa mentalidad de evangelizar niños y lanzarlos al mundo esperando que sus bases sean suficientes en un mundo que constantemente persigue al hombre de fe. Solo espero que el peso de la ironía no les lleve a una espiral descendente de cambiar una fe inmadura por otra fe inmadura pero contraria por el simple afán de no ser motivo de burla pues eso no va a acabar nunca. Espero que más bien demos el paso a ser responsables y de aquello de lo que hablemos sea bien pensado, que investiguemos, leamos, confiemos en quien demuestra saber de lo que habla y entonces formar nuestra fe para poder adentrarnos más a ella y vivirla mejor. Y lo más importante, que aprendamos a acompañar a nuestros hermanos en ese proceso pues de ninguna manera nuestra fe utilizará la burla al desmontar tontos argumentos, pues el llamado de nuestra fe es el de acompañar y enseñar a quien no sabe y eso se hace por amor y con amor. 

PD: En la foto aparece Georges Lemaitre, sacerdote belga, astrónomo y profesor de física conocido por su aportación sobre el origen del universo, lo que ahora llamamos el Big Bang, teoría que tuvo que explicarle a Albert Einstein que no la quería aceptar cuando se presentó. Hombre de fe primero y ciencia después. 


lunes, 20 de febrero de 2017









A Su imagen y semejanza.

La tradición dice que al tener el primer hijo, comprendemos a nuestros padres. Confieso que estaba al pendiente de ese balde de agua fría mientras recibía a mi primogénito la fría madrugada del primer día del año. Y sin duda que guardaba esa expectativa al tiempo que buscaba con la mejor intención dar ánimos a mi esposa durante sus dolores de parto. Fallé en ambas. Trataba de empatar el dicho popular con el dolor y trayendo la imagen de que ese dolor le provoqué a mi madre con tal de cumplir el capricho de nacer, buscando el remedio en esa idea empática para ser mejor hijo de una buena vez. O tratar de empatar mi lugar, inútil como nada en ese quirófano, con la impotencia de mi padre al verme tomar decisiones erradas en la vida y no acercarme a él por consejo de aquello que domina mejor que yo, la vida adulta.
Pero al cargar a mi hijo con minutos de nacido, tratando de enmarcar el río de emociones con el refrán por sincero interés de que algo en mí cambiara para bien, para ser mejor hijo y eso me ayudara a ser buen padre, me sentí abandonado por dicha certeza y falta de conexión con esa élite que son los padres.  Al salir, camino al cunero, ellos estaban ahí y fueron padres como nunca, y me dejé ser hijo mientras el mío, recién llegado, pasaba por la rutina del neonato, medidas, aseo, cuidados primeros. Lloré en los brazos de mi madre por el desborde de emociones de las últimas 6 horas más 40 semanas. Y no pude más que cavar más hondo el surco de hijo dejando en pausa mi recién dado título de padre. 
Veo ahora a mi hijo, un mes y medio después de ese día. No hay mucho que pueda interactuar con él, soy bueno haciendo que libere gases, lo hace como un niño de unos 9 años. Asusta a cualquiera su capacidad. Reacciona a ciertas cosas, nada que presumir pues le llama la atención de manera inusual la pared blanca que carece de matices o texturas. Eso más que nada.
 Reconozco que la mirada que le guarda a su madre es única. Es una mirada para la que no encuentro palabras pero irradia un amor que no tiene par. Me enamora de una manera inefable. Soy espectador, participo en silencio de ese amor y con eso me basta. 

Pero volviendo al tema, es fecha que no entiendo esa frase a manera de revelación bohemia, pero me atrevo a decir que he entendido algo que no esperaba y ha sido a través de su aparente indiferencia hacia mí ya que no soy pared blanca que le cautive la mirada a mi hijo. Creo que puedo decir que me reconoce como alguien importante en su vida. Cuando le canto su atención es completa, y supongo le agrada pues no llora. Pero en situaciones normales, soy tan solo aquello que estorba para fijar su mirada en dicha pared. Pero eso no me frustra, sé un poco de lo poco que dice saber la ciencia y eso es que no procesan imágenes como nosotros, está aún en desarrollo. Así también, que sus risas comienzan apenas a ser reacciones a estímulos externos y no solo su sistema nervioso probando el cableado de manera aleatoria. Yo solo me hincho el corazón con tenerlo en brazos y hablarle con tonos ridículos como también al sostener su sueño en mi pecho o consolar su llanto inexplicable. Lo amo como no se ama a nadie más, es el amor de un padre a su hijo. Es la materialización más cercana del amor a la esposa. Sin embargo, me regala de manera esporádica risas dirigidas, como queriendo interactuar con mis sonidos neonatizados, como si fueran muestras de cariño deliberadas. Y es ahí donde un poco de esa frase me hace sentido. No hacia mis padres, sino más bien, y nunca lo pensé así, a entender tan solo un poco a Dios. 
Saben los que me conocen que los niños son para mi como el apio. De lejos porque ni el olor les tolero, ni los quiero cargar, ni cerca de mi mientras como. Tal vez es mal ejemplo, sería incapaz de tirarlos a la basura como a la repudiada rama. Pero este niño al que he tenido que cargar durante tantas sesiones de llanto, estar ahí y dar una escasa ayuda en el cambio de pañales con categoría de armas biológicas sin el menor asco, la paciencia ante su intranquilidad por causas que nunca conoceremos,  a este niño lo amo y no lo dejo de amar un ápice cuando nos hace pasar ratos difíciles. Pero supongo es ese amor incondicional que le tengo lo que me hace reconocer algo de Dios en nosotros, hacia nosotros. Aclaro que mucho tuvo que pasar mucho para que estuviera yo en una disposición tan dócil a la paternidad, en otros tiempos habría salido corriendo de esto, pero ahora, ese inocente ser ha logrado elevar mi capacidad de paciencia, cariño, comprensión y amor. Y veo ahora cuan ingrato soy como hijo, como hijo de Dios, al que no volteo a ver, con quien no interactúo, a quien dejo de ver para distraerme en una pared blanca con una tele en medio. Pero que se derrite por mi, que al ver mis miserias me limpia el alma cada que lo necesito, sin reclamo alguno, con nada más que amor. Ante esta imagen es que me he quedado frío. Ese refrán cobra sentido a la hora de verme en ese espejo. Hace tiempo no le sonrío a Dios como muestra de cariño deliberada. Y ese pequeño gesto, ahora entiendo lo increíble que es y mi hijo ha venido a enseñarme que ese gesto, bien vale la pena hacerlo más seguido a aquellos que me dieron la vida y a Aquel que todo lo hizo. 


Dios nos da a veces el regalo de ver su divinidad en nosotros, creaturas indignas de Él. De entender un poco que estamos hechos a Su imagen y semejanza simplemente porque somos capaces de dar vida y amar con toda nuestro ser a alguien más. Si tan solo le sonriéramos más, cuan bella sería nuestra relación con nuestro Padre, porque sé que de alguna manera su sonrisa de regreso nos tocaría el alma, nos daría la paz que necesitamos tanto, la paz de un bebé durmiendo en medio del amoroso lecho de sus padres. 

viernes, 17 de febrero de 2017


Tu presente en mi pecho

Me has quitado la certeza, no es que fuera mucha la que tenía, pero ahora no tengo ninguna sobre lo que ha de venir y cómo me he de preparar en este día a día. Me has quitado eso. Tenerte dormido en mi pecho, como si yo fuera el lugar más seguro, como si supieras que eres mi dueño, como tu único lugar en el mundo. Así que me aquieto incómodo, maniatado, con una profunda tranquilidad de ver que, tan a gusto te sientes que hasta el chupón se te cae solo y solo me ocupa que nada perturbe tu sueño. 
Extiendes tus brazos, como si me abarcaras entero, que ni por tu tamaño ni por mi panza puedes, pero no te importa y sí, me abrazas completo. Suspiras, te mueves, pateas, como si estuvieras en medio de una aventura, como lo insinúa tu ceño. Y yo tan solo espero, que me liberes un poco para salir al mundo sin rumbo certero. Pues de verdad que ningún plan sobre el futuro me resulta ahora nítido, ni digno ni suficiente, ni me has dado algún súper poder para llevarte allá conmigo ni para hacer un poco mejor aquello que nos viene, ni me has hecho débil, tan solo un poco más fuerte.
Pero tampoco he de pedir ya certezas futuras pues, al arrebatármelas, me has dado un tesoro que su lugar mejor ocupa. El tesoro de vivir estos instantes entregado a tu presente, que para ti es nada, pero para mí es todo y conmigo vivirá por siempre.